Lucía Riba[1]
“Se trata de ‘cesuras biopolíticas’ en el continuum de los cuerpos:
de prácticas de división, especificación e identificación de cuerpos
que quedan disponibles para ‘intervenciones’ en relación
a la gestión de la vida colectiva. Sobre esas interrupciones o
puntos de especificación se proyectan las ficciones, los deseos y
las realidades de esos ejercicios de soberanía que componen los
‘sueños de exterminio’, allí donde la muerte se vuelve asunto político
-una tanatololítica- y donde la ‘muerte natural’ queda abolida”.
Gabriel Georgi[2]
Un informe del Observatorio de Femicidios dado a conocer el 19 de Agosto de 2012 concluyó que siete mujeres murieron en Córdoba víctimas de la violencia de género en el primer semestre del presente año. A nivel nacional, hubo 119 víctimas de la violencia machista[3]. Buenos Aires encabeza el listado con 36 muertes; seguida de Santa Fe, con 11; Salta, con 9; Santiago del Estero y Mendoza, con 8 y Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires, con 7 casos cada una. Se informó, además, que casi el 70 por ciento de los crímenes fueron cometidos por parejas (59 casos) o ex parejas (24) de las víctimas y que la mayoría de los femicidios fueron perpetrados con armas de fuego (29 casos[4]). En cuanto a las edades, la mayoría de las víctimas tenía entre 19 y 50 años (19 a 30 años, 38 casos; 31 a 50, 37) y la mayoría de los femicidas entre 31 a 50 años (43 casos). Sobre el lugar del hecho, los más frecuentes fueron la vivienda compartida con el femicida (34 casos) y la vivienda de la víctima (25). El informe también incluye 11 femicidios “vinculados”[5] de hombres, mujeres y niños y 161 hijas e hijos de mujeres asesinadas por violencia de género que se convierten en víctimas colaterales del femicidio. Se señaló, además, que en 16 casos ya había habido denuncias de maltrato y en 6 con exclusión del hogar o prohibición de acercamiento.
Hasta acá, pareciera que son sólo números fríos para engrosar estadísticas macabras. Pero cuando, en el Informe 2010 de esta ONG[6], nos encontramos entre otros datos con los nombres de las víctimas, se nos hace evidente que, antes que “casos”, ellas/os son/fueron personas con rostros, historias, proyectos, sueños, penas, alegrías, familias, amigas/os… como cualquiera de nosotras/os. Entonces, sí ratifico lo que vienen afirmando l*s especialistas en el tema: que el feminicidio no es un crimen pasional o consecuencia de un momento de locura de una persona desequilibrada, sino que tiene una matriz cultural: se trata de la manifestación más extrema de una cultura patriarcal androcéntrica.
He organizado este texto en dos partes. En la primera, comienzo refiriéndome a algunas categorías que considero fundamentales para poder ubicarnos mejor. En la segunda, haré memoria de una de las páginas más oscuras e invisibilizadas de la historia de la humanidad, la “cacería de brujas”, donde los feminicidios se convirtieron en un auténtico genocidio.
1- Categorías previas
Cada vez más la violencia contra las mujeres es percibida como un atentado a los derechos humanos de las mismas mujeres y uno de los problemas sociales más graves que necesita atención urgente y decidida. Desde una perspectiva de género, es entendida como un mecanismo político que sirve para mantener a las mujeres en desventaja y desigualdad en relación con los varones; permite excluirlas del acceso a bienes, recursos y oportunidades; contribuye a desvalorizarlas, denigrarlas y atemorizarlas y reproduce el dominio patriarcal. Entiendo que dicha violencia no es natural, sino que surge en nuestras sociedades por la inequidad genérica causada por una estructura de poder patriarcal jerárquica. Por eso me referiré primero a la categoría de patriarcado para analizar luego particularmente los delitos de violación y feminicidio.
1.1- Patriarcado
Literalmente significa “gobierno o autoridad del padre”. En la 22ª edición del Diccionario de la Real Academia Española, el “patriarcado” está definido como la “organización social primitiva en la que la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes aun lejanos de un mismo linaje”. Respecto del personaje que lo ejerce, el patriarca, dice que es “la persona que por su edad o sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad”. En este orden social, la familia es una de las instituciones básicas y el varón jefe de familia es dueño del patrimonio, del que forman parte no sólo los bienes, sino también la esposa, los hijos y los esclavos.
A partir de los años setenta del siglo XX, gracias a la teoría crítica feminista, el concepto de patriarcado cambia semánticamente de su primera significación de ‘autoridad de un patriarca o varón jefe de familia’ y pasa a expresar la situación de dominación e incluso de explotación de las mujeres, poniendo de manifiesto la universal hegemonía masculina en los pueblos y las culturas. Desde dichos estudios se mostró cómo
“con la conformación de los Estados modernos, el poder de la vida y muerte sobre los demás miembros de una familia pasa de manos del pater familias al Estado, que garantiza principalmente a través de la ley y la economía la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos”.[7]
Así, el patriarcado es concebido como una política de dominación presente aún en los actos aparentemente más privados y personales, reproduciéndose como práctica social a modo de habitus, tanto en la socialización de las mujeres como de los varones, quienes han internalizado sus identidades según el binarismo socio-cultural identitario de género. Éste supone un modo de pensar de manera disyuntiva y jerárquica, que divide los conceptos en dos categorías que se excluyen mutuamente –varón↔mujer, espíritu↔cuerpo, razón↔emoción, público↔ privado–, en las cuales el primer elemento de la dupla es considerado superior y el segundo inferior, imposibilitando así una integración armónica y madura. Señala Pierre Bourdieu:
“La división entre los sexos parece estar ‘en el orden de las cosas’, como se dice a veces para referirse a lo que es normal y natural, hasta el punto de ser inevitable: se presenta a un tiempo, en su estado objetivo, tanto en las cosas […], como en el mundo social y, en estado incorporado, en los cuerpos y en los hábitos de sus agentes, que funcionan como sistemas de esquemas de percepciones, tanto de pensamiento como de acción […] Esta experiencia abarca el mundo social y sus divisiones arbitrarias, comenzando por la división socialmente construida entre los sexos, como naturales, evidentemente, y contiene por ello una total afirmación de legitimidad”.[8]
Entiendo, entonces, que el patriarcado es una construcción socio-histórica con matices propios de cada cultura. Por lo tanto, no una forma “natural” de organización social, sino una organización jerárquica donde un grupo de varones, ejerciendo poder, dominan sobre otros y sobre el conjunto de mujeres y niños/as. En nuestra sociedad occidental, el arquetipo del dominio está dado por el hombre blanco cuyas características se universalizan como el modelo normativo de la humanidad. Éste es el que ejerce el poder normativo, también sobre el modo de conocer y del lenguaje. De allí que podamos hablar de un “falogocentrismo”. Al respecto dicen María Luisa Femenías y Paula Soza Rossi:
“El patriarcado tiene el poder de nombrar y asignar espacios. Para que el contrato sexual como sujeción de las mujeres previa al contrato social –tal como lo ha explicado Carole Pateman–[9] sea posible, es necesario una suerte de contrato simbólico en el lenguaje. Allí los varones acuerdan que las mujeres no tengan lugar en el logos; es decir, que sea hablada, discurseada, interlocutada por las palabras de otros, sin que se le permita una vez autorizada propia y un deseo diferente al nombrado por ellos. En este sentido el patriarcado es un falogocentrismo, en la medida en que se erige en Amo del Lenguaje, en símbolo universal, en la metáfora maestra (del falo), en el poder de mirar y significar. Desde allí discursea sobre ellas para ellos”.[10]
La dominación masculina ejercida en el patriarcado obra en niveles difíciles de desarticular porque lo hace en el plano ideológico, o, dicho de otro modo, en el sistema de creencias sobre el cual se estructura. Así, el patriarcado subsiste y se reproduce en sus distintas manifestaciones históricas a través de múltiples y variadas instituciones y medios, entre otras/os: el lenguaje ginope, la familia patriarcal, la educación androcéntrica, la maternidad forzada, la Historia (con “H” mayúscula) robada, la heterosexualidad normativa, las religiones misóginas, el trabajo sexuado, el Derecho androcéntrico, la Ciencia monosexual, la violencia de género, etc.[11]
Ahondando en el tema, no puedo dejar de referirme a los cuestionamientos sobre la idoneidad teórica del término patriarcado, mostrando entonces la necesidad de señalar explícitamente los entrecruzamientos de género, clase y raza. Al respecto, Jill Radford destaca, por ejemplo, cómo “las mujeres negras han tenido que insistir en que se ponga atención a las complejas interacciones entre racismo y sexismo”.[12] Por su parte, María Lugones, posicionada desde un “entendimiento práxico de la resistencia” afirma:
“investigo la intersección de raza, clase, género y sexualidad para entender la preocupante indiferencia que los hombres muestran hacia las violencias que sistemáticamente se infringen sobre las mujeres de color: mujeres no blancas; mujeres víctimas de la colonialidad del poder e, inseparablemente, de la colonialidad del género; mujeres que han creado análisis críticos del feminismo hegemónico precisamente por ignorar la interseccionalidad de raza/clase/ sexualidad/género”.[13]
Basta señalar, por último, que, cuando tomamos conciencia de que el patriarcado supone una construcción histórica y social, esto nos hace ver que, aun cuando sea el modelo que ha prevalecido por milenios y siga haciéndolo también hoy, podemos esperar y luchar para que sea cambiado por otra organización social más justa e igualitaria.
1.2- El feminicidio como manifestación extrema de la violencia contra las mujeres.
El 9 de junio de 1994, en el vigésimo cuarto período ordinario de sesiones de la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos –OEA–, fue adoptada por unanimidad la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, conocida como Convención de Belém do Pará. En su art. 3 declara: “Toda mujer tiene derecho a una vida libre de violencia, tanto en el ámbito público como en el privado”. Afirma esto en base a los dos primeros artículos:
“Para los efectos de esta Convención debe entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado” (artículo 1º). Se entenderá que violencia contra la mujer incluye la violencia física, sexual y psicológica: a) que tenga lugar dentro de la familia o unidad doméstica o en cualquier otra relación interpersonal, ya sea que el agresor comparta o haya compartido el mismo domicilio que la mujer, y que comprende, entre otros, violación, maltrato y abuso sexual; b) que tenga lugar en la comunidad y sea perpetrada por cualquier persona y que comprende, entre otros, violación, abuso sexual, tortura, trata de personas, prostitución forzada, secuestro y acoso sexual en el lugar de trabajo, así como en instituciones educativas, establecimientos de salud o cualquier otro lugar; y c) que sea perpetrada o tolerada por el Estado o sus agentes, dondequiera que ocurra (artículo 2º)”.[14]
Ahora bien, quiero fijarme particularmente en la expresión más extrema de la violencia contra las mujeres: el feminicidio, como marco teórico para analizar lo que trataré en el siguiente punto: la cacería de brujas.
Podemos decir que, con el trabajo de Diana Russell y Jane Caputi de principios de los noventa, esta categoría, el feminicidio, comienza a formar parte tanto del bagaje teórico como de la agenda política feministas. Nace como un concepto político para visibilizar y denunciar la forma extrema de la violencia contra las mujeres, tratando de remover el velo de la neutralidad que encubre su asesinato. En su artículo “Feminicidio: Sexismo terrorista contra las mujeres”, Jane Caputi y Diana Russell hablan de un “continuo de terror antifemenino” y señalan una pluralidad de manifestaciones. Dicen:
“El feminicidio es el extremo de un continuo de terror antifemenino que incluye una gran cantidad de formas de abuso verbal y físico: como violación, tortura, esclavitud sexual (particularmente en la prostitución), abuso sexual infantil incestuoso o extra-familiar, maltrato físico y emocional, hostigamiento sexual (por teléfono, en las calles, en la oficina, y en el salón de clases), mutilación genital (clitoridectomía, escisión, infabulación), operaciones ginecológicas innecesarias (histerectomías gratuitas), heterosexualidad forzada, esterilización forzada, maternidad forzada (mediante la criminalización de los anticonceptivos y el aborto), psicocirugía, negación de alimentos a las mujeres en algunas culturas, cirugía cosmética y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento. Siempre que estas formas de terrorismo resultan en la muerte son feminicidios. [15]
Años más tarde, en su artículo “Definición de feminicidio y conceptos relacionados”, la misma Russell hace memoria del proceso de consolidación del término, proceso que aún continúa. Recuerda: “en 1992, Radford y yo lo definimos simplemente como ‘el asesinato misógino de mujeres por hombres’…”, y luego agrega que en la actualidad el término se ha ampliado “más allá de los asesinatos misóginos, para aplicarlo a todas las formas de asesinato sexista”.[16]
Creo necesario aclarar que el término inglés femicide puede ser traducido indistintamente por femicidio o feminicidio, aunque hay una diferencia que señala Marcela Lagarde. En la presentación del libro Feminicidio: una perspectiva global, ella dice que, al participar en el 2005 del Seminario Internacional sobre el Feminicidio organizado por la “Comisión Especial para Dar Seguimiento a las Investigaciones sobre los Feminicidios en la República Mexicana”, Diana Russell avaló la traducción de femicide como “feminicidio”.
“Mi intención fue aclarar, desde el término mismo, feminicidio, que no se trata sólo de la descripción de crímenes que cometen homicidas contra niñas y mujeres, sino de la construcción social de estos crímenes de odio, culminación de la violencia de género contra las mujeres, así como de la impunidad que los configura. Analizado así, el feminicidio es un crimen de Estado, ya que éste no es capaz de garantizar la vida y la seguridad de las mujeres en general […] Diana estuvo de acuerdo con nuestra propuesta. Por eso, y con su aval, a lo largo de estas páginas femicide ha sido traducido por feminicidio”.[17]
En definitiva, Lagarde inventa esta expresión para no confundir femicide con la simple feminización del homicidio, sino para referirse a esa matriz patriarcal androcéntrica y sexista que, como constructo social, provoca, sustenta y justifica estos crímenes misóginos. Por otra parte, la misma Lagarde insiste en hablar de violencia feminicida y no sólo de feminicidios, para aclarar que muchas veces algunas mujeres y niñas sobrevivieron a esa violencia extrema, lo que no las liberó de pasar por esas experiencias de opresión y sufrimiento. Esta expresión quedó explícitamente en la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que Lagarde elaboró como diputada y que fue aprobada en Méjico en 2006. La Ley explicita:
“Violencia feminicida: es la forma extrema de la violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los ámbitos público y privado, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres”. [18]
Por su parte, Rita Segato está proponiendo el término femi-geno-cidio en su lucha por elevar el feminicidio a la categoría de genocidio de mujeres, en casos como los de Ciudad Juárez.[19] Esta antropóloga argentina residente en Brasil, publicó un libro ya clásico, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos,[20] donde recopila una serie de artículos sobre el tema de la violencia contra las mujeres. Allí afirma que en dicha violencia se puede ver con claridad dos ejes que orientan el mensaje escrito en y a través del cuerpo de las mujeres: “uno horizontal, formado por términos vinculados por relaciones de alianza o competición, y otro vertical caracterizado, por vínculos de entrega o expropiación”[21]. Aunque habitualmente se habla sólo del eje vertical y no del horizontal, ambas direcciones quedan claramente expresadas en el feminicidio.
2- La cacería de brujas leída en perspectiva de género
Coincidimos con Diana Russell y Jill Radford que “si bien el concepto de feminicidio es nuevo, el fenómeno que describe es tan antiguo como el patriarcado” en tanto que “a lo largo de la historia ha sido usado por los hombres para asegurar las relaciones sociales del patriarcado, esto es, el dominio masculino y la subordinación femenina”.[22] Quiero recordar particularmente uno de los feminicidios más cruentos de la historia, la cacería de brujas. Para l*s feministas es muy importantes hacer memoria de este genocidio porque entre el 80 y el 90 % de las/os acusadas/os y condenadas/os fueron mujeres, y los pocos hombres culpados generalmente estaban casados o aparecían junto a una mujer acusada de ser bruja.
En plena época del humanismo renacentista, a partir del siglo XV y sobre todo en el XVI y XVII, miles de personas fueron apresadas, torturadas y ejecutadas por el crimen de “hechicería”.[23] Ya en el siglo XII, con la bula papal Ab abolendam (1184), se erigió la Inquisición como un instrumento para acabar con distintas herejías, sobre todo la de los cátaros. Mediante esta bula Lucio III requería a los obispos que intervinieran para extirpar la herejía, y les otorgaba la potestad de juzgar y condenar a los herejes de sus diócesis.[24] Como aclara Minor Salas: “El nombre Inquisición (Inquisitio) se debe a que su figura principal –el Inquisidor– aparte de ser el juez de la causa es también quien investiga o ‘inquiere’ los hechos acusados”.[25] Este autor distingue entre dos Inquisiciones, “en plural”, como él mismo lo señala:
“La primera es la llamada Inquisición medieval o romana y la segunda es la Inquisición española (que es la más conocida por el público lego). Esta distinción no es puramente formal, o geográfica, como podría creerse. En realidad se trató de fenómenos distintos que obedecieron a causas diferentes y cuyos objetivos variaron considerablemente a través de su desarrollo histórico”.[26]
Cuando hablamos de la “cacería de brujas” nos referimos fundamentalmente a la segunda, que no se redujo sólo a España, sino que se extendió primero por la Europa continental y después por Escocia e Inglaterra. Para esto fue fundamental la Bula Summis Desiderantes Affectibus que promulgó en 1484 el papa Inocencio VIII, mediante la cual la Iglesia Católica reconocía que existía una forma particular de herejía: la brujería y los pactos con el demonio. Nació entonces un derecho penal abiertamente misógino, que arrasó con miles de mujeres y algunos hombres.
A pesar de lo extenso de la cita, creo que vale la pena transcribir la lista de obras malignas que Inocencio VIII les atribuye a las brujas:
“… en los últimos tiempos llegó a Nuestros oídos, no sin afligirnos con la más amarga pena, la noticia de que […] muchas personas de uno y otro sexo, despreocupados de su salvación y apartados de la Fe católica, se abandonaron a demonios, íncubos y súcubos, y con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros execrables embrujos y artificios, enormidades y horrendas ofensas, han matado niños que estaban en el útero materno, lo cual también hicieron con las crías de los ganados; que arruinaron los productos de la tierra, las uvas de la vid, los frutos de los árboles; más aún, a hombres y mujeres, animales de carga, rebaños y animales de otras clases, viñedos y huertos, praderas, campos de pastoreo, trigo cebada y otro cereal; estos desdichados, además, acosan y atormentan a hombres y mujeres, animales de carga, rebaños y animales de otras clases, con terribles dolores y penosas enfermedades, tanto internas como exteriores; impiden a los hombres realizar el acto sexual y a las mujeres a concebir, por lo cual los esposos no pueden conocer a sus mujeres, ni éstas recibir a aquellos; por añadidura, en forma blasfema, renuncian a la Fe que les pertenece por el sacramento del Bautismo, y a instigación del Enemigo de la Humanidad no se resguardan de cometer y perpetrar las más espantosas abominaciones y los más asquerosos excesos, con peligro moral para su alma, con lo cual ultrajan a la Divina Majestad y son causa de escándalo y de peligro para muchos”.[27]
En su bula, Inocencio VIII se refiere a “nuestros amados hijos, Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, profesores de teología de la orden de los Frailes Predicadores”, diciendo que “han sido nombrados por medio de Cartas Apostólicas, Inquisidores de estas depravaciones heréticas”.[28] Estos frailes dominicos publicaron en 1486 el Malleus Maleficarum, esto es, El Martillo de las brujas, que podríamos considerar, aunque con una denominación extemporánea, como un verdadero best seller: más de veinte ediciones en treinta años. Ya se habían conocido con anterioridad otros tratados de demonología, como el Formicarius (“El hormiguero”),[29] escrito por Hans Nider, en 1435, o el De maleficis mulieribus, que vulgariter dicuntur bruxas –Acerca de las mujeres magas/maléficas que vulgarmente son llamadas brujas–, publicado por Alfonso Tostatu en 1440, y vendrán otros importantes después, como el Compendium maleficarum –Compendio de magas/maléficas–, escrito en 1608 por Francisco María Guazzo.[30] Sin embargo, el más importante de todos los manuales, el que más éxito tuvo, fue el Malleus Maleficarum. En él se pretendía describir a las brujas y sus prácticas, sus relaciones con el demonio, cómo descubrirlas y cómo obrar en consecuencia –captura, interrogatorios, torturas–. Se señalaba la urgencia del tiempo, dando la sensación de que se estaba al borde del abismo porque una nueva herejía, la brujería o herejía de las brujas, cuyos “actos son más malignos que los de cualquier otro malhechor”,[31] estaba invadiéndolo todo:
“Y ahora, con respecto ad tenor de la Bula de nuestro Santísimo Padre el Papa, analizaremos el origen de las brujas y cómo es que en años recientes sus obras se han multiplicado tanto entre nosotros […] Debemos observar en especial que esta herejía, la brujería, no sólo difiere de todas las otras, en el sentido de que no sólo por un pacto tácito, sino por uno definido y expresado con exactitud, blasfema del Creador y se esfuerza al máximo por profanarlo y por dañar a Sus criaturas, pues todas las demás herejías simples no han hecho un pacto abierto con el demonio, es decir, ningún pacto tácito o expreso, aunque sus errores e incredulidades deben atribuirse en forma directa al Padre de los errores y las mentiras. Más aún, la brujería difiere de todas las demás artes perniciosas y misteriosas en el sentido de que, de todas las supersticiones, es la más repugnante, la más maligna y la peor…”[32]
Estaban convencidos de la existencia del diablo. Según sus palabras, se hacía cada vez más presente, estaba vivo actuando en medio de ellos, las brujas lo visitaban y hacían pactos con él. El libro jugaba con el terror, detallando graves crímenes que afectaban a las gentes con un gran número de calamidades, citando nombres y lugares como pruebas. Pero lo más importante, y quizás a esto se deba su éxito, el Malleus Maleficarum se presentaba como un auténtico manual de instrucción criminal, por lo cual, sería utilizado posteriormente por todos los inquisidores. De allí que Eugenio Zaffaroni emita este juicio: “[es] una obra que por primera vez expone, en forma integrada y orgánica, un discurso sofisticado de criminología etiológica, derecho penal y derecho procesal penal y criminalística”.[33] Más adelante agrega: “Ciertamente, puede ser considerado el libro fundacional de las modernas ciencias penales o criminales. No se le reconoce este carácter sólo porque no es una buena partida de nacimiento”.[34]
En una lista detallada, Zaffaroni va a señalar “las notas estructurales más importantes del poder punitivo marcadas por el Malleus Maleficarum”,[35] notas que, es importante subrayar, irán adquiriendo nuevos destinatarios y renovadas modalidades a lo largo de los siglos hasta nuestros días.[36] Destaco algunas: a) el discurso de emergencia: un mal cósmico amenaza a la humanidad -no se debe dudar, entonces, de utilizar cualquier medio para contrarrestarla.[37] b) no hay peor enemigo que el que pone en duda la existencia de los demonios y las brujas –en definitiva, con esta duda ponían en entredicho la autoridad y legitimidad de los mismos inquisidores–.[38] c) El mal no es una ilusión o una fantasía, ni deriva de causas mecánicas o físicas, sino de la voluntad humana que lo provoca –si así no fuera, no se podría legitimar el castigo–.[39] d) La voluntad humana se inclina al mal en aquellas personas que son naturalmente inferiores –éstas no pueden enfrentarlo a causa de su natural debilidad–.[40] e) quien ejerce el poder punitivo es inmune al mal –más allá de su propio convencimiento, éste es el mejor método para alejar toda sospecha sobre su accionar–.[41]
El Malleus Maleficarum vincula estrechamente la herejía de brujería y la mujer. En esto, sus autores no eran originales, sino que se contentan con reunir ideas hasta entonces dispersas, o simplemente implícitas, y de formularlas de forma clara y sistemática. Fundan la inferioridad natural de la mujer en los textos del Génesis, diciendo que fue creada en segundo lugar y a partir de Adán, lo que legitima, según ellos, la sumisión de la mujer al varón. Más aún, es inferior y débil porque se trató de una creación defectuosa:
“Y debe señalarse que hubo un defecto en la formación de la primera mujer, ya que fue formada de una costilla curva, es decir, la costilla del pecho, que se encuentra encorvada, por decirlo así, en dirección contraria a la de un hombre. Y como debido a este defecto es un animal imperfecto, siempre engaña.[42]
¿Qué se le recrimina, concretamente? Para responder a esta pregunta, debemos ubicarnos en la época. Durante los siglos XVI y XVII, sucedieron cambios sociales muy significativos en todos los ámbitos, tanto religiosos, como económicos y políticos. En lo religioso, recordemos lo que supuso la reforma luterana para el dominio de la Iglesia Católica. En lo económico, estaba surgiendo el capitalismo, lo cual suponía una movilización no sólo material, sino que involucraba todo el universo de las representaciones y hábitos sociales. En cuanto a lo material, el capitalismo agrario incipiente posibilitó grandes concentraciones de tierras, por lo cual, expropiar las tierras de aquellas/os que eran acusadas/os de herejes, sobre todo de las viudas como mujeres más vulnerables, fue una práctica común en los juicios por brujería. Detrás de esta cacería, se puede reconocer la abolición de derechos consuetudinarios y el retroceso de las formas de vidas comunales que habían sido típicas de la Europa precapitalista. En cuanto a los cambios con respecto a las representaciones y hábitos sociales, muchos ámbitos ligados tradicionalmente al dominio de las mujeres se reacomodaron. No nos extraña que, en ese contexto, los tratados demonológicos elaborados por el poder religioso inculparan al saber práctico y empírico de las mujeres campesinas, vinculadas con diversas tradiciones culturales, como una actividad que sólo podía explicarse mediante el establecimiento de pactos con el demonio. Recordemos que buena parte de sus conocimientos se situaban en terrenos como impotencia, fertilidad, embarazo, parto, y crianza de niños. La intervención sobre la reproducción y una sexualidad femenina no sujeta a control creaban, entonces como también hoy, gran tensión en todos los sectores, especialmente en los medios religiosos.[43] Michelle Perrot afirma que se les acusaba, además, de manifestar “una sexualidad desembozada”. Dice:
“Tienen la ‘vagina insaciable’, según El martillo de las brujas, y practican una sexualidad subversiva. Subversión de las edades: muchas brujas viejas hacen el amor a una edad en la que ya no se hace, después de la menopausia. Y de los gestos: atrapan a los hombres por detrás o los montan, invirtiendo la posición que la Iglesia considera la única posible (la mujer sobre su espalda, el hombre sobre ella). Se ubican del lado de Lilit, la primera mujer de Adán, que lo dejó porque él se negaba a ser montado por ella. En la condena de las brujas, la dimensión erótica es esencial. Las brujas encarnan el desorden de los sentidos, la ‘parte maldita’ (Georges Bataille) de una sociedad que ordena los cuerpos”.[44]
A esto se puede añadir que muy probablemente el Sabbat o aquelarre se había originado en tradiciones populares de celebraciones a la fertilidad, pero transformadas por el poder religioso masculino en ceremonias en las que se renegaba de Dios, se hacían ofrendas –incluso de niños– al demonio, se preparaban ungüentos y venenos, todo en medio de música, comida y sexo desenfrenados.
Recordemos, por otra parte, que el período que abarcó la cacería de brujas coincidió con el Renacimiento y la primera revolución científica, lo que nos permite relacionar el surgimiento de la Ciencia moderna con la exclusión del conocimiento de las mujeres. Es que saber es poder. Por eso había que fortalecer la estructura patriarcal con la consiguiente exclusión y subordinación de las mujeres como capítulo indispensable de su disciplinamiento social, corporativo y verticalizante. Quizás desde acá se pueda entender algo tan contradictorio como que el momento más álgido de la persecución y de las ejecuciones masivas coincida con el Renacimiento y el Humanismo. Es más, “los protestantes estaban de acuerdo con los católicos sobre la nocividad de las brujas, lo cual explica el lugar de Alemania de la geografía de las hogueras […] Las brujas aparecen como chivos expiatorios de la modernidad”, como comenta Michelle Perrot.[45] No fue sólo la Iglesia Católica, aunque a ella le cupo una responsabilidad fundamental en esta cacería. También compartieron esta visión humanistas, como Pico Della Mirandola y Bodino y Universidades como la de París o la de Colonia. Todos, salvo raras excepciones, estaban de acuerdo: religiosos y seglares, católicos y reformados, cultos e ignorantes.
Concluyendo: “Eliminar” y “erradicar” la violencia patriarcal
Empecé con el informe sobre feminicidios en Argentina y algun*s podrían preguntarme qué tiene que ver la cacería de brujas con esto que está ocurriendo en nuestro país hoy. Lo que intento mostrar con mi trabajo es que, allá con la brujo-manía de los siglos XVI y XVII, como acá, en la Argentina de comienzos del siglo XXI y en tantos otros lugares a lo largo y a lo ancho del planeta donde este fenómeno se repite, lo que posibilita y sostiene estos crímenes misóginos es esa matriz patriarcal a la que nos referimos en el marco teórico. Por la ideología que lo sustenta, el patriarcado deviene necesariamente sexista y misógino. El androcentrismo, o, dicho en un lenguaje más coloquial, el machismo, es una ideología “supremacista”, ya que considera a los varones superiores por el solo hecho de serlo. Es más, la misoginia patriarcal piensa a las mujeres no sólo inferiores –como contracara de esa supremacía masculina–, sino, además, culpables de los males que les ocurren a los varones, a sus intereses, a su mundo, que es el mundo. Esto genera recelo, desconfianza, miedo, ante la maldad intrínseca de las mujeres. ¿No son acaso unas “brujas”? Desde este sistema de creencias es fácil justificar la violencia para prevenir, corregir, castigar y vengar. Así, y en terminología foucoultiana, la violencia contra las mujeres, más aún, la culminación de ésta que es el feminicidio, se vuelve “un dispositivo de control” del patriarcado, tal como sostengo en el título de este artículo. Ahora bien, si consideramos esta mentalidad como una matriz cultural y política, tenemos que asumir que a tod*s nos involucra de alguna manera, y hacer una autocrítica constante para no ser cómplices de su reproducción. La CEDAW es radical: habla no de disminuir, sino de eliminar la desigualdad, eliminar la violencia. Por su parte, en Belem do Pará, en el mismo título de la Convención, se habla de erradicar, “así, con doble rr, para que suene más fuerte y nos recuerde el significado profundo de la palabra: sacar de raíz”.[46] Soñamos, creemos que, creando ciertas condiciones, esa utopía se volverá topía.
Quiero terminar con un poema, que tal vez no tenga el rigor científico, la precisión y erudición que se espera del mundo académico, pero que es otra manera, más bella e intuitiva, de expresar aquello que pretendo mostrar y, más necesario aún, de prestarle la voz a aquellas que, con el feminicidio, son y fueron silenciadas e invisibilizadas a lo largo de la historia.
Mujer rota
(Fem·in·icidio)
Ya nadie oirá mi voz silente.
Ya nadie tocará mi piel de rosa.
Ya nadie buscará mi paz de hoguera.
Ya nadie irá tras mi perfume.
Ya nadie gozará de mi ternura.
Ya nadie probará el sabor del polen.
Ya nadie subirá mi escalinata.
Ya nadie entenderá mi primavera.
Ya nadie escuchará mi rebeldía.
Ya nadie pedirá mi carne firme.
Ya no estoy en medio del rugido.
Ya no intuyo la luz ni la mentira.
Ya no voy de terror a fantasía.
Ya no soy la que lame las heridas.
Ya no estoy rasguñando la esperanza.
He perdido el sol y la alegría.
He perdido la noche y la mañana.
Quise recuperar las albas y las tardes
y me sesgó la hoz del victimario.
Voy victimada al fondo de la tierra
y nadie certifica mi tristeza.
Voy victimada al fondo de la tierra
y nadie testimonia mi inocencia.
Yazgo sin vida en medio de la nada.
y nadie asumirá mi resistencia.
Yazgo huérfana en medio de la nada.
y nadie testimonia mi existencia.
Soy una cifra más en la cartilla
y una lágrima más en la noticia.
Ivana Alochis[47]
Córdoba, abril de 2012
[1] Bachiller en Teología. Licenciada en Filosofía. Doctoranda en Estudios de Género (CEA, UNC). Profesora en la Universidad Católica de Córdoba, en el Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos (CEFyT) y en el Instituto Teológico de Córdoba (ITeC). Este trabajo fue publicado en: Lucía Riba y Eduardo Mattio (eds.), Cuerpos, historicidad y religión. Reflexiones para una cultura postsecular, Córdoba: EDUCC, 2003, 35-60.
[2] En Sueños de exterminio. Rosario: Beatriz Viterbo, 2004, 29.
[3] Cf. el “Informe de investigación de femicidios en Argentina desde el 1º de Enero al 30 de Junio de 2012 del Observatorio de Femicidios en Argentina «Adriana Marisel Zambrano»”, Asociación Civil La Casa del Encuentro. Con resumen por rangos en www.rionegro.com.ar/diario/…/generico.aspx?idart… 3014209… (consultado en agosto de 2012). Se pueden consultar también los informes 2008, 2009, 2010 y 2011.
[4] Le siguen golpeadas (24), apuñaladas (22), incineradas (13), estranguladas (12), asfixiadas (7), degolladas (4), ahogadas (1).
[5] El Área de Investigación de la Asociación desarrolló el término “Femicidio vinculado”, partiendo del análisis de las acciones del femicida, para consumar su fin: matar, castigar o destruir psíquicamente a la mujer sobre la cual ejerce la dominación. Se registran así dos categorías: a) personas que fueron asesinadas por el femicida al intentar impedir el femicidio, y b) personas con vínculo familiar o afectivo con la mujer, que fueron asesinadas por el femicida con el objeto de castigar y destruir psíquicamente a la mujer a quien consideran de su propiedad.
[6] Cf. www.rimaweb.com.ar/…/2010/informe-de-investigacion-de-femicidios (consultado en mayo de 2011).
[7] FONTENLA, Marta. “Patriarcado” en GAMBA, Susana (Coord.) Diccionario de estudios de género y feminismos, Biblos, Buenos Aires, 20092, 258-260, 259.
[8] BOURDIEU, Pierre, La dominación masculina, Anagrama, Barcelona, 20002, 21. Las comillas son del autor.
[9] Las autoras se están refiriendo al, ya un clásico, El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1996.
[10] Femenías, María Luisa y Paula Soza Rossi. “Poder y violencia sobre el cuerpo de las mujeres”, Sociologías 21, 2009, 42-65, 56. Las cursivas son de las autoras.
[11] Cf. FACIO, Alda y FRIES, Lorena: “Feminismo, género y patriarcado” en AAVV: Género y Derecho, Santiago de Chile, La Morada/Corporación de Desarrollo de la Mujer, 1999, 6-38, 26-38.
[12] Radford, Jill, “Introducción” en Russell, Diana y Radford, Jill (eds.), Feminicidio. La política del asesinato de mujeres, UNAM, México, 33-52, 42-43.
[13] LUGONES, María, “Colonialidad y género”, Tabula Rasa 9 (2008) 73-101, 75. Cabe aclarar que cuando la autora habla de mujeres de color “no apunta a una identidad que separa sino a una coalición orgánica entre mujeres indígenas, mestizas, mulatas, negras, cherokees, puertorriqueñas, sioux, chicanas, mejicanas, pueblo, en fin, toda la trama compleja de las víctimas de la colonialidad del género. Pero tramando no como víctimas, sino como protagonistas de un feminismo decolonial”. Idem.
[14] www.unicef.org/…/ar_insumos_ConvencionBelem.pdf Por su parte, la Ley Nº 26485, aprobada por el Congreso Nacional en el 2009, agrega a la clasificación de Belem do Pará la violencia económica y patrimonial y la simbólica (art. 5) y señala seis modalidades en los que se manifiesta: doméstica, institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica, y mediática, ámbitos consignados con sus respectivas definiciones (art. 6). Cf. www.cnm.gov.ar/ LegNacional/Ley_26485.pdf
[15] En Russell, Diana y Jane Caputi (Eds.), Feminicidio. La política del asesinato de las mujeres, CEIICH-UNAM, México, 2006, 53-69, 57-58.
[16] En Russell, Diana E. y Roberta A. Harmes (eds.), Feminicidio: una perspectiva global, CEIICH-UNAM, México, 2006, 73-96, 77. Las comillas y la cursiva son de la autora.
[17] “Presentación a la edición en español”, 11-14, 12-13. Las cursivas son de la autora.
[18] Cf. www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/ LGAMVLV.pdf La cursiva es mía.
[19] Confrontar entre otros “Femi-geno-cidio como crimen en el fuero internacional de los Derechos Humanos: el derecho a nombrar el sufrimiento en el derecho”, en Rosa-Linda FREGOSO y Cynthia BEJARANO (eds.): Una cartografía del feminicidio en las Américas, México, UNAM-CIIECH/Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres, 2010. http://www.casmujer.org/… (consultado en febrero de 2012).
[20] Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2003.
[21] Rita SEGATO, 2003, p. 253. Forma parte del último capítulo: “Los principios de la violencia”, pp. 253-261.
[22] Russell, Diana y Radford, Jill (Eds.), “Introducción” [a la Parte 1], en Feminicidio. La política del asesinato de las mujeres, 73-76, 73-74.
[23] Las cifras varían exageradamente en los estudios que he consultado. Alguno*s llegan a hablar de millones. En base a los textos consultados, me inclino por alrededor de unas 200.000 apresadas, juzgadas, torturadas, y unas 100.000 asesinadas, lo cual si bien es significativamente menor, no deja de ser un genocidio. Cf. Silvia FEDERICI. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. www.traficantes.net/…/Caliban-y-la-bruja.-Mujeres-cuerpo y acumulación originaria 222, cita 3. Para las cifras por región cf. Jean-Michel Sallman. “La bruja” en Arlette Farge y Natalie Zemon Davis (Directores). Historia de las mujeres. Del renacimiento a la Edad Moderna, T. 3. Madrid: Taurus, 1992, 470-485, 472. Es para destacar el título: “Por un brujo, diez mil brujas”. También de Guy Bechtel: “Las cifras de la masacre”, “La bruja” en Las cuatro mujeres de Dios. La puta, la bruja, la santa y la tonta. Montevideo: Zeta, 2008, 115-161, 137-138.
[24] Cf. SALAS, Minor E. “Los crímenes de la magia. Mito, superstición y derecho penal en la edad moderna” en Urbe et Ius 31, disponible en www.urbeetius.org/newsletters/31/news31.html
[25] Idem, 9. Las comillas son del autor.
[26] Idem, 7. La cursiva es del autor.
[27] “Bula de Inocencio VIII” en Kramer, Heinrich y Jacobus Sprenger. Malleus Maleficarum (El martillo de los brujos), disponible en http://www.espanol.free-ebooks.net/ebook/Malleus-Maleficarum/pdf/view, 4-6, 4. Cabe aclarar que, si bien en esta versión del Malleus, traducida por Floreal Maza, está en masculino, debería traducirse en femenino “las brujas”, porque es Maleficarum y no Maleficorum, “los brujos”, y así, en femenino, es como habitualmente se lo conoce. Por otra parte, expresándolo en femenino somos más fieles a la intención de los mismos autores cuando dicen, por ejemplo, “… no es de extrañar que existan más mujeres que hombres infectadas por la herejía de la brujería. Y a consecuencia de ello es mejor llamarla la herejía de las brujas que de los brujos […] Y bendito sea el Altísimo, quien hasta hoy protegió al sexo masculino de tan grande delito; pues Él se mostró dispuesto a nacer y sufrir por nosotros, y por lo tanto concedió ese privilegio a los hombres”, 54. Mía la cursiva.
[28] Idem.
[29] Como dice Bechtel: “un libro cuyo título, el Formicarius (“El hormiguero”) indica por sí solo el contenido: millones de malvados animales obrando subterráneamente”. Las cuatro mujeres de Dios…, 125.
[30] Citados entre otros por Minor SALAS. “Los crímenes de la magia…”, 12.
[31] Kramer, Heinrich y Jacobus Sprenger. Malleus Maleficarum…, 21.
[32] Idem, 28.
[33] ZAFFARONI, Eugenio R. “El discurso feminista y el poder punitivo” en Haydée BIRGIN (comp.). Las trampas del poder punitivo. El Género del Derecho Penal. Buenos Aires: Biblos, 2000, 19-37, 23.
[34] Idem. La cursiva es del autor.
[35] Cf. Idem, 24 para éstas y otras notas.
[36] Basta racordar los argumentos de la Doctrina de la Seguridad Nacional con que, en tiempos de la dictadura, se justificó ideológicamente la tortura, la desaparición de personas, el rapto y cambio de identidad de bebés, etc.
[37] Leemos en el Malleus Maleficarum: “La brujería es alta traición contra la Majestad de Dios. Y deben ser sometidos a tortura para hacerlos confesar. Cualquier persona, fuese cual fuese su rango o profesión, puede ser torturada ante una acusación de esa clase, y quien sea hallado culpable, aunque confiese su delito, será puesto en el potro, y sufrirá todos los otros tormentos dispuestos por la ley, a fin de que sea castigado en forma proporcional a sus ofensas. En edades doradas estos criminales sufrían doble castigo, y a menudo eran arrojados a las fieras para que éstas los devorasen. Hoy se los quema en la hoguera, y tal vez ello se deba a que la mayoría son mujeres”, 12. Las cursivas son mías.
[38] “Todos concuerdan en decir que existen brujos y hechiceros que con el poder del diablo son capaces de producir efectos reales y extraordinarios, y que estos no son imaginarios, y que Dios permite que tal cosa suceda […] Muchos otros doctores de la Iglesia adelantan la misma opinión, y sería el colmo de la locura que cualquier persona intentara contradecirla, y no podría afirmarse que estuviera libre de la culpa de la herejía. Porque a cualquiera que yerre gravemente en la exposición de las Sagradas Escrituras se lo considera con toda razón un hereje. Y quien piense en forma diferente en lo tocante a estos asuntos que conciernen a la fe que sostiene la Santa Iglesia Romana, es un hereje”. Idem, 10-11. Las cursivas son mías. El “todos” del comienzo hace referencia a la Escritura, los Padres de la Iglesia (San Agustín de los más nombrados), los Doctores (Santo Tomás muy particularmente), etc. Exclusivas y excluyentes voces masculinas en este clásico “argumento de autoridad”.
[39] “Es inútil argumentar que cualquier resultado de la brujería puede ser fantasioso e irreal, porque tal fantasía no puede lograrse sin acudir a los poderes del demonio, y es preciso que se haya establecido un contrato con éste, por medio del cual la bruja, real y verdaderamente, se obligue a ser la sierva del diablo y se consagre a éste por entero, y ello no se hace en sueños, ni bajo la influencia de ilusión alguna, sino que colabora real y físicamente con el demonio y se consagra a él […] Las brujas firmaron un pacto que consiste en obedecer al demonio en todas las cosas”. Idem, 14.
[40] “Pero como en estos tiempos esta perfidia se encuentra con más frecuencia entre las mujeres que entre los hombres, como lo sabemos por experiencia, si alguien siente curiosidad en cuanto a la razón, podemos agregar, a lo ya dicho, lo siguiente: que como son más débiles de mente y de cuerpo, no es de extrañar que caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería”. Idem, 50. Las cursivas son mías.
[41] Asombra encontrar después de varias páginas donde se leen tantas argumentaciones misóginas, una frase auto legitimadora como ésta: “Hasta ahora expusimos nuestras opiniones sin prejuicio ninguno, nos abstuvimos de todo juicio apresurado e irreflexivo, y no nos desviamos de los escritos de los santos”. Idem, 25. Las cursivas son mías. Por otra parte, cuando se pregunten por “aquellos contra quienes el poder de las brujas de nada sirve”, dirán: “Hay tres clases de hombres bendecidos a quienes esa detestable raza no puede lesionar con su brujería. Y la primera son la de quienes administran la justicia pública contra ellas, o las enjuician en cualquier condición oficial pública”. Idem, 2ª Parte 2.
[42] Idem, 50.
[43] Entre otras cosas, estas mujeres conocían y empleaban numerosos métodos anticonceptivos.
[44] PERROT, Michelle. Mi historia de las mujeres. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008, 114. La cursiva en el título y las comillas en la cita son de la autora.
[45] Idem, 113.
[46] Más de una vez le escuchamos esa expresión a la Dra. Marcela Lagarde en el curso de Postgrado “Las violencias contra las mujeres y la construcción del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia”, organizado por los diversos Programas de Estudio de Género de la UNC, dictado en septiembre de 2012.
[47] Inédito (derechos reservados).
Bibliografía consultada
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